Dr. Álvaro Fernández Luna (@lunafdez; alvaro.fernandez2@uem.es). Profesor de la Universidad Europea de Madrid.
Hoy en día no se habla de música.
Hemos perdido esa inquietud. La radiofórmula repite continuamente ritmos
prefabricados, cantados por estrellas fugaces bordadas por el mismo patrón. El
objetivo de la música se ha vuelto banal, y no busca el riesgo y la belleza del
arte, sino la complicidad y aceptación de la masa social.
Hace exactamente un siglo en
Viena, se desarrolló un movimiento conocido por los expertos como la Edad de Oro.
Evidentemente estamos hablando del sentido musical, ya que las noticias que
traían los periódicos de aquél entonces no distaban mucho de las actuales.
Europa mantenía una fachada de civilización, pero interiormente era una olla a
presión a punto de estallar por las desigualdades sociales y los viejos
convencionalismos. Esta Edad de Oro fue iniciada en cierta parte por el excelso
Wagner, pero no eclosionaría completamente hasta la llegada de Richard Strauss
y Gustav Mahler. Estos dos grandes compositores, a través de la controvertida ópera
“Salomé” del primero y de su “5ª Sinfonía” del segundo, alterarían la
estructura de la melodía hasta entonces conocida y entrarían en la eternidad
como los percusores de la nueva música
del siglo XX.
En esta época la música clásica
no era un mero entretenimiento para esnobs. La plebe asistía a la ópera y al
teatro como principal ocio, antes de la entrada en escena del cinematógrafo. Era
un tema que daba que hablar y, como no podía ser de otra manera, derivaba en
polémica. Las obras de Strauss y de Mahler en primera instancia ocupaban
primeras páginas de periódicos y fueron tildadas de disonantes y de engendros
cacofónicos, generando la discordia y el terror entre entendidos y no tan
entendidos, a la vez que un creciente sentimiento de atracción. Asimismo, las
figuras de Strauss y Máhler creaban admiración y afinidad, siendo ambos polos
completamente opuestos. Strauss era un hombre mundano, satisfecho de sí mismo y
poco dado a la cháchara y a hablar de su obra. Por otra parte Mahler era una
montaña rusa de estados de ánimo: volcánico, infantil, despótico y desesperante
y siempre a la sombra de Strauss, anhelando lo que él había conseguido. No
obstante Mahler dirigió las mejores orquestas del mundo, viajó a Nueva York y
volvió con un gran éxito y reconocimiento del público, mientras que Strauss no
tuvo tanta relevancia más allá de su obra.
Este movimiento también se
conoció como fin de siècle, como el
archiconocido término tan aplicado hoy en la jerga futbolística y política.
Porque en el fondo hablamos de eso, de ciclos, de uróboros, la serpiente que se muerde la cola.
And here we go again. A día de hoy, Europa parece
al borde del abismo con las noticias nada alentadoras que nos traen los
periódicos. La calma que precede a una tempestad que esperemos que nunca
llegue. Y el ocio de la plebe ha pasado de la música a otra manifestación
cultural, el deporte. Que en su máxima performance ha llegado a convertirse en
obra de arte (hecho discutible para algunos). Y aunque por estas afirmaciones se
me pueda considerar un profano: Pelé fue Bach, ganó todo lo ganable, deslumbró
y sentó las bases de las nuevas estrellas de fútbol. Hubo otros grandes
jugadores/compositores: Johan Cruyff (Mozart), Franz Beckenbauer (Beethoven) y
ante todo Diego Armando Maradona (Wagner), que volvió a romper los moldes del
fútbol moderno. Los inmediatos sucesores de Wagner fueron Mahler y Strauss, y
de esta manera se repite la historia con Maradona y su sucesión, Leo Messi y
Cristiano Ronaldo.

La dicotomía existente entre
ambos es increíble, pero ante todo más que en lo futbolístico en su carácter.
Messi (Strauss) poco dado al espectáculo fuera del campo, enemigo de hablar en
público y sencillo, ajeno a la vorágine que él mismo genera a su alrededor.
Cristiano (Mahler), el futbolista perfecto, una máquina de efectividad
individual en equipo, competitivo hasta el último aliento con los defectos que
esto supone y no exento de un carácter infantil y arrogante en ocasiones.
Aunque Mahler saboreó las mieles del éxito durante toda su vida, siempre vivió
intentando superar la obra de Strauss. Cristiano ha jugado en los mejores
clubes del mundo pero es consciente de que va a ser muy difícil o imposible llegar
a superar la performance y los records de Messi.
Qué existan estos paralelismos en
la historia en ámbitos tan dispares, es lo que nos hace más humanos. Y lo que
nos debe confirmar que el tópico “cualquier tiempo pasado fue mejor” no es
cierto. Siempre ha sucedido lo mismo. La gente del siglo XIX no tenía
smartphones o internet, pero era consciente
de que estaba viviendo una época importante en lo musical que podía cambiar
todo. Y hoy en día, en una época convulsa, sucede lo mismo en el mundo del
fútbol, con dos estrellas que mejoran sus registros día a día, y que han
convertido lo excepcional en cotidiano. Siendo su eterna pugna lo que debe
transmitirnos al resto de los mortales el mensaje de que nunca hay que tirar la
toalla, y que siempre hay alguien mejor. Con el paso de los años nos daremos cuenta de
que, aunque las señales decían lo contrario, nos encontrábamos en la Edad de
Oro.